CUEVA DE MONTESINOS. |
Años ha que admiro tu prosa y tu poesía, impecables, así como tu gran sentido del humor, que atrapa al lector de tus páginas memorables por la solercia del que sabe usar bien la Lengua Española, uno de nuestros grandes tesoros. Disiento de ese fastidioso cronista, el tal Cide Hamete Benengeli, que no da crédito a tales aventuras de la cueva. Para muestra vale un botón
LA NUEVA COCINA (I). INTRODUCCIÓN CON DISQUISICIONES VARIAS
En más de un ocasión he dicho que la nota dominante de
los tiempos modernos es la estupidez. No se me escapa que otras características
le irían como añillo al dedo a la modernidad, tales como la mediocridad o la
jactancia, ya que nos han hecho creer que vivimos en la cima de las edades y
culmen de los siglos. No obstante, me quedo con la estupidez, ya que incluso
quienes no son jactanciosos o los que destacan en algo no pueden sustraerse de
la tónica dominante que lleva a todo el mundo a hacer el idiota muy a menudo. Y
que orgullosos de tan maravilloso derecho. Si no me creen, cojan ustedes un
periódico, armándose de valor; enciendan el monstruosos aparato que es el
ónfalo del hogar, y casi de la existencia de hogaño; dense un garbeo por las
redes donde son pescados tanto ociosos incautos; cometan tales temeridades y se
darán de bruces con una sarta de mamarrachadas a cual más colosal. Y pocos se
salvan.
Parece que en estos días de desaforado progreso
científico y tecnológico, sin faltar el material -y el materialista-, con el consiguiente
retroceso espiritual, no podía faltar el avance de la imbecilidad. Tanto lo uno
como lo otro se desbordan de la misma fuente, pero no entremos en honduras. Lo
más curioso del caso es que tal idiocia generalizada nace del fatuo
convencimiento de que hoy día somos más listos que nunca. Y como la humildad
suele ir de la mano del sentido común, así nos luce el pelo. Por eso antes
ponía a la jactancia como rival de la estupidez como signo de los tiempos. El
hombre moderno, en su impuesta e impostada soberbia, se cree tan superior a
todo lo anterior que considera un desdoro seguir las normas y creencias de
siempre, caducas, fascistas y casposas antiguallas, aunque se amolden a la más
elemental cordura. Seguir a los viejos maestros, esto es, la sensatez de toda
la vida, es tenido como un delito abominable.
Curiosamente, esta creencia ha arraigado en unos tiempos
en los que predomina con atroz pertinacia el hombre masa, el esclavo feliz de
nuestros días, en el que la idiotez es norte y guía. Y bien orgulloso está de
ello. Ya decía Goethe que las masas permanecen siempre en la minoría de edad.
Las nuestras gatean aún con el chupete en la boca. Y quítenselo ustedes: el
berrinche es de aupa. Por descontado, esto no es consecuencia de una penosa
casualidad o de una ley natural. Todo obedece a un plan establecido hace mucho
por mentes siniestras y oscuras, pero esa es otra historia que quizás un día
ataque.
Por desgracia, pues uno es hombre de letras y diletante a
sus horas, la idiotez se ha cebado con especial saña en estos campos del saber
donde desde hace muchos siglos el hombre ha dado lo mejor de sí para redimirse
de muchas miserias. Contemplen si no el estado de la literatura: basta que un
emborronador de cuartillas escriba cuatro párrafos locos con una señorita
empecinada en que su amado la golpee, cosa que se ve debe de ser de lo más
excitante; que nos aburran con un plomo sobre las inquietudes de alguna mujer
ya de cierta edad que se entrega, aburrida de la vida, a un viaje iniciático en
busca de sí misma, entre otras calamidades literarias que sería prolijo, y muy
desagradable, mencionar, como algún petardo histórico o el enigma del
manuscrito del club de la secta de la madre que los trajo de un escritor famoso
de antaño -todo muy anticlerical, claro está-, para que cualquier
mindundi vea como sus sienes son ceñidas con la corona de Apolo, y sus
bolsillos llenados con los dineros de Pluto.
Y qué decir de la música o el arte que no nos ponga el
vello de punta. Vayan ustedes a un concierto de música contemporánea, y tendrán
que hacer ímprobos esfuerzos para discernir cuando la orquesta ha acabado de
afinar y cuando ha empezado a tocar la pieza. En todo caso, podrá saberlo
cuando la cosa se ponga verdaderamente desagradable. Y eso por no hablar del
sujeto aquel que daba recitales en los que pulsaba las cuerdas del piano con un
hacha para acabar haciendo astillas al instrumento (lástima que nadie lo
hubiera hecho con él), o aquel otro que tocaba también el piano, pero sin
levantar la tapa, con lo cual deleitaba al auditorio con los golpecitos de la
mano sobre la madera. Tan verídico como atroz.
Pero es que en el campo del arte la cosa no se queda
atrás. ¡Lo que se ve, amigos míos, lo que se ve! Desde que a unos pintamonas
les dio por llenar el lienzo de rayajos, a otro por la humorada de presentar
como obra de arte un urinario (más propio sería un váter, ya me entienden),
hasta los que nos espetan una carretilla llena de quesos o un bote con
excrementos (insisto, muy sincero), por no hablar de los que se hacen picadillo
en público en esas majadería llamadas “performances”, o aquel otro que ofreció
su virginidad anal como obra artística -que también era hacerse picadillo-;
repito, desde que tales disparates se perpetran el arte ha degenerado hasta lo
abominable, basado en el aparentemente maravilloso y progresista supuesto de
que ahora todo es arte, lo que propicia que ya nada lo sea. De todos modos, el
derroche de estulticia no viene de esta panda de orates y pillos llamados
artistas, ni de los que los promocionan, aún peores, si no de la patulea de
memos pedantes que les hacen el juego al tragar esta bazofia, que antes tienen
por un excelso manjar para el cacumen. Y como se forran con la pedantería
algunos.
En definitiva, la conclusión a la que podríamos llegar es
que hay que hacer el indio para triunfar en esta vida. Y para apoyar a mis palabras
vayamos al motivo principal de estas letras: la moderna concepción de la
gastronomía, pijiprogrez que han dado en llamar la nueva cocina, campo donde la estupidez se
muestra del modo más sangrante y evidente. Como ejemplo
de hasta qué cimas, por no decir abismos, de memez ha llegado el ser humano,
permitan que les refiera lo que me sucedió hace unos años al respecto, episodio
que bastará para ilustrar mi tesis mejor que un tropel de sesudas razones. Pero
tendremos que esperar a otro día para narrarles los avatares de aquella noche
infausta, pues debo reunir fuerzas y valor para ello. Falta hace. Mientras,
espero que una bien surtida bandeja de dulces navideños atraiga a mi musa.
TODO UN TRATADO DE FILOSOFÍA.
Cierto, amigo cavernario, es mejor un buen menú de los de antes, un menú como el de LOS XEY:
Pero volvamos al asunto, a la Poesía:
TODO UN TRATADO DE FILOSOFÍA.
Cierto, amigo cavernario, es mejor un buen menú de los de antes, un menú como el de LOS XEY:
Pero volvamos al asunto, a la Poesía:
A LA CALAVERA DE QUIEN FUERA DAMA TAN BELLA COMO VANIDOSA
(SONETO ANÓNIMO HALLADO EN LOS JARDINES DE LA ISLA)
¡Oh!,
tú, del gran furor del sino agravio,
que
yaces, una más, entre despojos,
fueron
en ti los años trampantojos;
fue
para ti la vanidad enlabio.
En
su día hechizó la flor del labio,
imán
de los amores bellos ojos,
y
en faz simpar tiranos los sonrojos.
Llevó
a ser necio tu beldad al sabio.
La
muerte, que es inmune a tal halago,
pronto
evitó el desquite de los años:
muy
joven padeciste horrible estrago.
Tomaste ¡Ay! mis consejos por extraños,
bella ninfa, y cruzó tu daño el lago
en pago merecido a tantos daños.
Caballero de varias advocaciones, siempre Misántropo de la caverna, nos ha regalado bellas perlas literarias en prosa y en poesía, con el soneto como principal armadura de clave para exponer su música, su bella armonía sonora y poética.
Lo último: un triste epitafio que nunca debería escribirse:
Junto a una solitaria
cruz, cuando el final me llegue,
aquí acabarán mis pasos...
sin dejar huella en la nieve.Mejor es un Sol naciente/poniente que la más bella de las lápidas.
Un abrazo a todos.
Me dejas, hermano, sin palabras. Y a fe que diera un imperio por tener las adecuadas para este momento de profunda emoción e infinito agradecimiento. Gracias, querido amigo, por este galardón, que antes quiero que un potosí o cualquier premio de postín, demasiado valioso para mis pobres méritos.
ResponderEliminarCuán sabrosa tu prosa cervantina para encarecer mis desvaríos, como sabroso el menú que nos regalas (a punto he estado de liarme a mordiscos con la pantalla), aderezado con la entrañable canción de los Xey, que ya mi padre me cantara en mis tiernos años; qué donosas ocurrencias las tuyas, querido Jano. Acertadísimo en la estampa de la entrada de mi antro, donde tantas veces te he esperado para darte los brazos, un apretón de manos y guiarte por las entrañas de La Caverna para tomar un copazo en algún recoleto rincón. Y váyase al diablo el incrédulo de Benengeli, pues ya han quedado palmariamente demostrados los prodigios que acaecen en la Cueva que dicen de Montesinos, muchos de ellos a pesar de sus moradores, que no ganamos para sustos.
Si dios quiere, caballero Jano, aún han de verse luengos años estos prodigios por las soledades cavernarias, si nos queda salud y no nos cierran el chiringuito. Vengan amaneceres y eternas primaveras, que los epitafios quedan como deliciosos lamentos románticos, letanías que al son de alguna furtiva lágrima han de sonar en años venideros y muy lejanos. Siempre habrá poesía si en el horizonte se divisa el bajel con todo el velamen desplegado rumbo a la Isla del Mirlo Blanco, el último refugio de los inmortales,llevados por la dulce brisa de la amistad. Acogidos bajo el manto de tu noble hospitalidad, regocijémonos en el Bello Ideal, en las cimas de lo Sublime, y que las potencias celestes nos arrastren en nuestro sueño de eterna locura.
Alzo mi copa por ti, amigo mío. De nuevo gracias por este maravilloso e impecable homenaje, que si a mi me da gloria por venir de quien viene, más te la ha de dar a ti por lo excelso del mismo. Derrámense las copas y las corazones. Somos jóvenes y siempre lo seremos...